¿Cómo dar el paso de la información a la acción?

por Marian de Abiega

 

Celosías; entre la información y la acción

Planteamos el ecocidio como un problema epistémico, esto es: preguntamos cómo verbalizar, cómo imaginar, cómo representar, cómo dar cuenta de ello; pareciera en primera instancia un problema del nombrar, es decir, del lenguaje; pero no como la abstracción de ideas mercantilizadas y sublimadas de una academia cómplice del sistema hegemónico sino como un acto del lenguaje situado, que comporta una actitud crítica, un pensamiento que quiere incidir, interrumpir, llevando la teoría a una práctica material.

 

Técnica

No se trata de un acto de fe, de “creer” en el cambio climático; es una cuestión ética irremediablemente ligada a las relaciones entre los cuerpos que habitan la materialidad del mundo, a la que accedemos por medio de la técnica. La técnica, nos dice Levinas, es “el tacto transformando al mundo” (Levinas, 1977) y por lo tanto implica agenciamiento y responsabilidad. Joanna Zylinska señala cómo Lyotard “acusa a los filósofos de extirpar la materia de sus escritos”, argumentando que “la materialidad del universo y de lo humano debe ser leída junto con su tecnicidad”; la corporeidad es para el filósofo no sólo la condición de posibilidad del conocimiento sino “la experiencia fenomenológica que habilita la apertura, generatividad, generosidad, que a su vez permite la transformación de la acción técnica, de la transferencia de información en acción ética”. En esta misma línea, Sergio Villalobos encamina el problema de fondo hacia “la consideración histórica sobre la utilidad que la técnica entrega en el mundo contemporáneo”, subraya el problema de la técnica como mediación en el binomio naturaleza/historia, como “garante del progreso”, y apela a un pensamiento crítico que “piense y problematice el presente” asumiendo su propia “orfandad” y que se entregue a la tarea de “hacernos cargo de las prácticas humanas”. Anestesiando la percepción podemos evadir, pero cada vez es más difícil dejarnos engañar por una aparente estabilidad. ¿Cómo entonces representar lo irrepresentable para actuar ante lo impensable? La propuesta es una actitud crítica ante la extinción como afección que nos enfrenta a la fragilidad de la vida, dentro de las actuales formas de producción, a la que urge responder aquí y ahora.

 

Tiempo

Frente al problema temporal del final del fin, no puedo dejar de pensar en el filósofo de la crítica, Immanuel Kant, quien, en su texto El fin de todas las cosas, argumenta que este concepto compete a los discernimientos de una comunidad ética que ya advertía como peligrosamente encaminada a “la cultura del talento”, en la persecución del progreso en términos de “abundancia”, “destreza” y de “gusto” (Kant, 1794: 130). En el marco del coloquio se problematizó el agua como un fenómeno que nos arroja ante la impermanencia de lo humano; resulta vital escucharla puesto que el agua tiene memoria, recuerda su trayectoria, regresa, pero vuelve como otra; muerte y purificación.

Jean Robert invita a una vuelta a la política del “tiempo ahora y no del porvenir”, aboga por no pensar más en el sacrificio del presente como una promesa de modernidad futura que nunca llega; nos advierte de distinguir entre las “penurias” pre-industriales que eran temporales, y la “escasez” actual que es progresiva y destruye toda posibilidad de subsistencia. En este sentido, Ramón Vera habla de un “presente arrebatado”, mientras que Sergio Villalobos subraya el vínculo entre la “existencia humana y la extinción”, y cómo esta última acecha el concepto de historia; al respecto, trae a cuenta el reconocimiento que Heidegger hizo del marxismo como crítica “al concepto vulgar de tiempo” ‒como progreso racionalista‒ a la vez que acentúa el impasse de la izquierda actual, cómplice del sistema. Joanna Zylinska nos recuerda que “siempre hemos estado ante el horizonte de la extinción”, que debemos enfrentar la trascendencia de lo vivo y para ello analiza cómo “el pasado se fotografía a sí mismo”; apunta que la fotografía en diferentes medios –como los fósiles‒ permite hacer cortes temporales que son inevitables de encarar; en este sentido, la extinción es una interrupción en la duración del tiempo, y paradójicamente piensa a la fotografía como partícipe de la vida y no sólo como su conservadora; ve en ella la posibilidad de “expandir las perspectivas temporales”, como una exhortación ética.

 

Pensamiento en acto

Ante la inmanencia de la producción de la devastación, durante el coloquio anoté formas loables de diferir/sobrevivir: se invocó a la “improvisación”, a la “escucha”, a una “racionalidad contraproducente”; se exhortó a tener una actitud de “contra-duelo”, a una “contra-ética”, a una “indisposición al objeto”, a “devenir hacker de masas”, a “dosificar el pharmakon que envenena o cura”, a “ser un ‘pessi-mysticist’ y actuar como un ‘opti-mysticist’”, a “no entregar el término tecnología”. También se revisitaron y empujaron los límites del lenguaje buscando un léxico de conceptos críticos: “ecocidio”, “antropoceno”, “post-humano”, “post-masculinismo”, “fotografía no-humana”, “bio-arte”, “detritívoro humano”, “descrecimiento”, “trabajo fantasma”, “hápax”, “alojamiento larvario”, “naturalización del estado de destrucción”. Encuentro que el lenguaje escrito, verbal, visual, sonoro y corporal al que recurrimos como mediador para dar cuenta del ecocidio tiene su correlato arquitectónico en las celosías que rodean el interior y el exterior del antiguo edificio de Relaciones Exteriores: al poniente una maraña desobediente, imantada y compacta de discos negros de un metal que percibo amenazante; al sur la piel de neón, que a la vez protege y devora el edificio, y que sólo crece por las noches; al interior del gigantesco techo, una retícula militar orgánico-geométrica, que se forma dejando pasar una luz fría e indirecta; y finalmente, cubriendo el interior del auditorio ‒aunque no propiamente una celosía‒ una hospitalaria polifonía barroca de cubos de madera, testigos vivientes, que hacen eco de las voces y los cuerpos ‒voluntarios y cautivos‒, ahí convocados para dar cuenta del caos.

La celosía funda un tercer espacio, un lugar entre, que es a la vez diferencia y pertenencia porque desdibuja separaciones; ser-celosía, implicarse, asumir el riesgo de ser sustento y traspaso, potencia que atraviese de la escucha a la acción para transformar sistemas de percepción y de creencias; devenir textura fluida que amortigüe y acompañe el tejido de la cultura hacia la naturaleza, por donde atraviesen los cuerpos y circule un saber pulverizado por la discusión interdisciplinaria, que se asuma impermanente, próximo, partícipe y esperanzador.