por Mario Savino
El mundo se va a acabar. Pronto. Éste, claro está, entendido como el hábitat de la especie humana y un sinnúmero de otras especies que no serán capaces de soportar el caos planetario generado por la revolución industrial, el capitalismo y las políticas neoliberales.
Se trata de un mensaje directo, contundente, avasallante, que percute en las mentes de las personas que asisten a un congreso, presencian un seminario, ven un documental o leen un artículo relacionado con el llamado “cambio climático”. Un panorama desolador. Empresas contaminan y arrasan, afectados enferman y mueren, gobiernos ven hacia otro lado y sacan provecho; personas atemorizadas, intelectuales indignados, científicos consternados.
Es sobre todo un mensaje fatalista que, a fuerza de repetición, ha terminado por convertirse en un axioma más de nuestra sociedad: hemos destruido el mundo y será cada vez peor. Parece que todos nos impactamos del documental donde los niños mueren como moscas por la contaminación del río, del de DiCaprio recorriendo el mundo, del artículo sobre el parche de plástico en el Pacífico, de cómo el aguacero que cayó la semana pasada no se había visto nunca, de las fotos que vimos con los pájaros y ballenas muriendo llenos de plásticos. Indignación y espanto alrededor de los síntomas de esta crisis planetaria. ¡Hay que hacer algo!, decimos. Un par de días más tarde estamos de regreso en nuestra rutina. Sucumbimos ante la indiferencia porque el compromiso parece ser demasiado difícil de sostener. Nos preocupa el “cambio climático” pero no conocemos caminos transitables para enfrentarlo.
La estrategia de choque no funciona, no intenta comprender a quienes se dirige para plantear alternativas viables. Solamente avienta bombas fatalistas a la espera de que alguien esté lo suficientemente consternado como para buscar la solución integral al caos. Es un despropósito pensar que un proceso así de ineficiente y tortuoso pueda fomentar a tiempo la conjugación de una interdisciplinariedad real que identifique el trasfondo del problema, encuentre soluciones factibles y las comunique de manera efectiva al mundo para exigir su aplicación. Sólo está logrando que los intelectuales reflexionemos críticamente, los científicos escribamos tratados, los comunicadores expongamos el desastre, los activistas marchemos, los artistas creemos para generar permanencia. Que cada quién desde su burbuja aporte una gota de agua limpia en el océano contaminado.
Mientras se mantenga este modus operandi, cada quién seguirá “barriendo su propia casa”, tranquilizando su conciencia con las gotitas de agua limpia y esperando ingenuamente que su intención de cambio se contagie a todo el mundo para que por arte de magia los gobiernos barran su propia casa generando políticas que trasciendan el neoliberalismo, las multinacionales barran su propia casa frenando el fomento al consumo desenfrenado, los banqueros barran su propia casa desmantelando la acumulación ilimitada de capital o tal vez que la nasa barra su propia casa desarrollando una tecnología que frene, al presionar un botón, el caos planetario.
Es momento de superar la idea simplista de que las injusticias y desmesuras del capitalismo industrial son la causa de la crisis planetaria; entender que se trata más bien de síntomas que reflejan problemas que trascienden al modelo político-económico del momento. Que éste, como muchos otros modelos, llegó con intereses nobles, buscando traer equidad, para terminar convirtiéndose justamente en lo que estaba combatiendo. Que de todos sus males, sin duda el peor fue darnos las herramientas para llevar la ley de la selección natural a las últimas consecuencias; haciendo que el impulso natural básico de conservación se volviera en nuestra contra; generando una paradoja en la que entre más fuertes somos individualmente (a través de la acumulación de capital) más aseguramos nuestra supervivencia y más le declaramos el fin a la especie. Y que además propició una reproducción de la especie como nunca antes, logrando que en 200 años pasáramos de 1.000 a 7.000 millones de personas. En otras palabras, en tan sólo dos siglos de capitalismo industrial la población creció siete veces más de lo que había ocurrido en los 200 mil años de nuestra historia en la Tierra. Nos hizo tan eficientes en sobrevivir que terminamos destruyendo la homeostasis planetaria.
Comprendiendo que la magnitud y complejidad del problema van mucho más allá de cambiar un modelo político-económico y pensando en evitar los consejos de Maltus o de los fascismos, el paso obligado será la motivación a los diversos actores para que generen lazos que abarquen de la manera más integral posible las áreas del conocimiento, se sinteticen correctamente los puntos clave a combatir localmente (con un entendimiento global) y se tracen caminos rápidos que tengan el potencial de mitigar realmente la crisis (ya los casos del bioetanol y las granjas eólicas nos están demostrando la imposibilidad de hacer frente a la crisis tangencialmente).
La manera más eficiente de lograr esto, como bien nos lo ha demostrado el capitalismo y sus multinacionales, es a través de lo que se llamó “marranismo corporativo”.
Esto es: tener un objetivo claro, comprender cómo dirigirse a quienes ayudarán a alcanzarlo, encontrar la manera más eficiente de movilizar a estas personas hacia él, fijar un recorrido fácil que seguir e impulsar a recorrerlo a través de una comunicación positiva y un esquema de recompensas a quién lo haga. Es necesario, por tanto, que nos concentremos en cómo motivar para buscar las soluciones y no en fatalizar para hacer conciencia de los problemas.
Para esto es indispensable que intelectuales, científicos y artistas engullamos nuestro ego, encontremos nuevos socios y marquemos el paso para la globalidad de la población. Nuestra responsabilidad es más grande y si realmente queremos mitigar la crisis debemos educar con una nueva visión basada en la naturaleza humana. Empezar por impulsar las acciones rápidas que frenen este caos y eventualmente promover un cambio estructural en nuestro adn que nos lleve a trascender del darwinismo social.
Es una tarea titánica y el primer freno está en nosotros. Basta de conformarnos con la gotita de agua, somos mucho más que eso.