por José Carlos Gutiérrez
Catástrofe
καταστρέφειν (κατα abajo + στρέφειν avanzar, dar la vuelta) Ruina, lo vuelto hacia abajo alteración del orden de las cosas.
Catábasis
κατάβασις (κατὰ abajo + βαίνω ir) Ir cuesta abajo, descenso al inframundo.
Ilustres catastróficos: Noé, Casandra, Laocoonte, Juan de Patmos, cualquier número de sibilas y profetas, Hollywood.
Famosos catabáticos: Ulises, Orfeo, Osiris, Jesús de Nazaret, Dante, Constantin, Woody Allen, diversos vientos.
La idea de bajar al mundo de los muertos para luego regresar al de los vivos (a toda catábasis le sigue su anábasis) tiene buen rato circulando. Rito purificador, trance de regeneración, viaje de autoconocimiento; participan de este paseo dioses y héroes por igual. Es un dispositivo en parte individualista, como el caso del avatar que se inmola para esparcir su semilla salvífica por el bien de todos, o en cierta medida colectivo, según se presenta en la visión compulsiva y recurrente del Juicio Final cristiano. Pero el twist de la historia en su versión siglo XXI consiste en prescindir del recurso al retorno, en suprimir la Parusía. Era de esperarse en esta era desesperada: se agotan las fórmulas, ya se ha visto todo. Cierto, las fantasías apocalípticas gozan de una presencia literaria bastante añeja, solo que la literatura, hay quien sospecha, pierde en popularidad, además de que el leitmotiv “Nos va a cargar la chingada y pronto”, parecen habérselo apropiado nuestros (casi) siempre respetables proveedores de datos duros. Podría pensarse que esas narrativas duras deberían acorralarnos e interpelarnos (¿acorralarnos? ¿Interpelarnos? ¿A quiénes?) Y sin embargo, se comentaba al inicio del coloquio, la pulsión insiste, ignora lo Científico.
El único escenario que el guion capitalista no contempla, si seguimos a Walter Benjamin en la denuncia del capitalismo como culto culpabilizante, es el de la expiación. La «divinidad inexperta» e inmadura que oficia las ceremonias de este culto nunca se muestra, si acaso se manifiesta en la exigencia tributaria de sus intereses (bancarios) mientras se oculta tras la infinita proliferación de objetos y mercancías. No hay expiación, no hay tregua ni salida. La devastación, señalaba Sergio Villalobos-Ruminott, la relación destructivo-devastadora (ya no la destructivo-productiva clásica burguesa) del hombre con la naturaleza no apunta a un humano y anecdótico error de cálculo en la consideración de la finitud de los recursos naturales. Lo que nos golpea desde tantos frentes es la constatación de que los procesos de acumulación conllevan la devastación de la subjetividad: posibilitan que el sujeto se vuelva usuario terminal de sí mismo, y no como una exterioridad o una fuerza ajena, sino como producto de su propio deseo autofagocitante. Queda pendiente la tarea de seguir enfrentando a Platón con Epicuro en el debate sobre la naturaleza del deseo.
Es muy probable que dentro de cincuenta años la Florida se encuentre bajo un metro de agua, junto con toda la Costa Este de Norteamérica. Terror por proximidad y a la vez consuelo en la distancia. Estaremos muertos, pobres de nuestros hijos, etcétera. Ante una amenaza de muerte hay cuerpos que huyen, hay cuerpos que se paralizan, hay cuerpos que despiertan. Despiertan y resisten. ¿Pero qué encontramos al interior de la noción de resistencia? ¿Un impulso de conservación? La palabra conservación es traicionera. ¿Tiene sentido ‒fue una pregunta que se escuchó en Tlatelolco, formulada desde múltiples ángulos en distintas ponencias y conversaciones‒ seguir pensando los universales: el bienestar, la sustentabilidad, la naturaleza, la ecología, de acuerdo con los supuestos que venimos arrastrando desde las caminatas de los peripatéticos, cuando la materialidad da muestras de acercarse a una transformación verdaderamente inédita y radical? ¿Qué buscamos mantener, el statu quo? Moribundo el imaginario utópico de la modernidad, ¿no es contraproducente buscar refugio en un pensamiento humanista tan poco equipado para reconocer las tinieblas, los extravíos y los hedores, las sombras mortalmente fascinantes de lo humano?
Hay dos perspectivas convergentes, dos momentos cronológicamente separados de nuestro reciente encuentro que no quiero dejar de vincular. El primero: la invitación a pensar en un tono realista que en las próximas décadas la única forma de vida que nos quedará será la sobrevivencia. El segundo: asumir que nuestra extinción es un hecho y que toca revisar el cómodo ethos del presente. En horas de la post-verdad, bajo los embates incansables de los escépticos de la ciencia y desafiados quizá más que nunca por los difíciles y espinosos caminos del consenso, el vínculo de las dos llamadas de alerta, extinción y sobrevivencia, que son una y la misma lo encuentro, en una primera aproximación, en la cuestión del nosotros: ¿estamos viendo lo mismo?