por Ekiwah Adler
Confieso que la lucha contra las fuerzas del caos climático, los ecocidios y el horizonte de la discapacidad crítica jamás me parecieron trincheras de acción estrechamente interconectadas. Sin embargo Beatriz Miranda, experimentada teórica y vivencialmente en los amplios horizontes de la discapacidad crítica, rápidamente modificó de manera importante e incisiva esa errada percepción.
Esa mañana durante el coloquio “Me extingo, luego pienso” en la Cuidad de México, en Tlatelolco, habíamos escuchado algunos de los desgarradores testimonios de la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales (ANAA). Dejaron claro que los contaminantes industriales arrojados en los ríos y en el aire, así como la toxicidad de grandes basureros y la erosión de los suelos (además de devastar sus territorios) han sido y son causas directas de cáncer, insuficiencia renal y leucemia en sus comunidades. Tales crímenes, en palabras de Andrés Barreda (director de la ANAA), tienen “responsables directos” y requieren de apoyo jurídico para ser debidamente penalizados.
Beatriz aprovechó la hora de la comida para formar dos mesas de trabajo. Una era la de la Asamblea de Afectados Ambientales y otra estaba compuesta por personas con discapacidad motriz, en la cual participé. Al principio pensé que esta convergencia era un mero accidente. Pero de pronto las dos mesas se juntaron en el sentido literal y simbólico de la unión.
Una de las integrantes de la mesa de discapacidad, Caty (de cuyo nombre completo no puedo acordarme), nos habló de la importancia de exigir condiciones dignas para personas con discapacidad. Ella, mientras vende sus gelatinas en una silla de ruedas, se desplaza a los pueblos más recónditos, y con recursos no gubernamentales, denuncias, y marcos jurídicos encuentra formas de proporcionarles sillas de ruedas y apoyo médico a aquellos que en ocasiones se arrastran en el suelo como única forma de motricidad porque no tienen los recursos para conseguir una silla de ruedas.
Al principio de la comida, los representantes de los Afectados Ambientales nos miraron (a Sarah Villanueva, Oriol, Lorena y a mí) con la admiración que a veces nos coloca en un lugar heroico o infantil —que nos enaltece demasiado. Caty rompió ingeniosamente esa barrera porque habló de una persona con discapacidad que la había apoyado en su militancia pero que, en sus palabras, “cabronamente se había vendido al PRI” para obtener un puesto político, transformando así su discapacidad en una herramienta de corrupción. Su uso frecuente de la palabra “cabrón” al referirse a ese sujeto jugó un papel importante para romper el hielo entre ambas mesas.
Ya que habíamos entrado en confianza, Zoila Matla Aparicio, Coordinadora en Defensa del Río Atoyac en Veracruz, se acordó que en su comunidad hay varias personas que nacen y nacieron con “defectos congénitos”. Tales “defectos” fueron directamente causados por los plaguicidas, las dioxinas y los restos de metales pesados que se encuentran en las aguas de la región.
Zoila lo afirma, aunque resulta imposible saberlo a ciencia cierta porque la discapacidad llega gracias a una multiplicidad de factores que hasta los médicos, en gran medida, desconocen. Lo cierto es que si el plomo y el benceno, entre otras substancias y de forma comprobada según Edmundo Reyes son causas de cáncer, no es nada difícil imaginar que también sean una causa importante de diversas “alteraciones y anormalidades” de los cuerpos. Los habitantes que viven cerca de sus cauces, sobre todo cuando sus recursos económicos son escasos, terminan entrando en contacto con el agua contaminada, bebiéndola, lavándose las manos o limpiando la ropa en el detritus. Desde esos cauces es plausible imaginar que las madres embarazadas tengan hijos e hijas con alguna “discapacidad”.
Cuando la discapacidad se produce a partir de la devastación ambiental, la lucha que reta a la contaminación industrial y la que reta a las formas obsoletas de relacionarnos con la discapacidad son en el fondo y la superficie la misma.
Lupita Záyago Lira, una de las organizadoras de la resistencia contra las toneladas de basura depositadas en Tetlama, Morelos, también aludió tanto en el coloquio como en nuestra mesa de trabajo a la relación entre discapacidad y devastación ambiental: “Ya nació Pedrito… ¡Qué bueno! Pero nació sin oreja o con el corazón del otro lado… niños y niñas de entre 6 a 12 años con un alto índice de plomo en la sangre… o con malformaciones a causa del gas metano y los policlorados.”
Durante el transcurso de la mesa de trabajo nos dimos cuenta de que la esfera de la Discapacidad Crítica y las luchas contra la devastación ambiental se podrían beneficiar enormemente sumando esfuerzos e intercambiando transversalmente nuestros conocimientos y vivencias. Lupita Zayago reflexionó sobre el valor del encuentro (y aquí la parafraseo porque es una cita salida de nuestra conversación): “En nuestra lucha contra el basurero se nos olvida que en nuestras comunidades hay personas con discapacidad que son parte de la misma lucha. No sabemos muy bien cómo acercarnos a ellas sin prejuicio. Es por eso que ustedes (aquellos interesados en la discapacidad crítica) nos ayudan a acercarnos desde una perspectiva más humana”.
Aún desconozco las ramificaciones y los alcances que tendrá la coyuntura de estas dos mesas de trabajo en la vida tanto personal y colectiva de los presentes, pero sospecho que será muy fructífera. Además de la posibilidad de sumarnos a las causas de ambos movimientos, los que tenemos alguna discapacidad podemos quizá desde el arte y la crítica hacer una aportación a ANAA: la de ampliar (si fuese necesario) los conceptos de discapacidad e incluso de enfermedad que operan en sus comunidades. La de mostrar a la discapacidad (e incluso a la enfermedad) como una condición de vida con ricas implicaciones filosóficas, estéticas y vitales. Éstas, en su naturaleza, retan desde una postura crítica a las narrativas convencionales del heroísmo y la victimización en torno al cuerpo.
Por otra parte, quienes tenemos alguna discapacidad corremos el riesgo constante (como sucede en otros movimientos) de perdernos en la importancia (digo importancia porque sí es importante) de la vivencia personal, dejando a un lado las estructuras geopolíticas que interactúan con la discapacidad y tantas otras ramas de acción y conocimiento.
La evidente experiencia que la ANAA tiene en difundir y movilizar a sus respectivas comunidades para sobrepasar y denunciar la negligencia de los gobiernos y las autoridades en sus pueblos puede ser de suma utilidad cuando pensamos en estrategias locales y globales para difundir y legislar el respeto a los derechos de quienes tenemos alguna “discapacidad”.
Mi lucha en términos de la discapacidad ha sido, simbólicamente hablando, revelarla más allá de la enfermedad, la minusvalía y el sufrimiento. Si hay algo que detesto es cuando alguien me dice que voy a mejorar o me llama enfermito a pesar de que cuento con una salud excelsa. Sin embargo, ante los testimonios de la ANAA me parece necesario retomar la idea de la discapacidad como enfermedad. Una enfermedad luminosa y paradójica que no excluye la vitalidad de quienes la tenemos pero que puede ser pluralmente símbolo de resiliencia y de la enfermedad climática de la que ninguno de nosotros (con o sin discapacidad) enteramente se salva.
Es probable que en un futuro muy cercano la toxicidad ambiental aumente el número de personas con discapacidad congénita o adquirida de manera drástica. En ese momento será aún menor la distancia entre las preguntas filosóficas que atañen a la ecología crítica y a la discapacidad crítica. Es posible que en el caos climático (y los cambios en los cuerpos que provoca) la discapacidad se vuelva no una condición atribuida a las minorías y a los públicos vulnerables, sino un pronombre característico y común del humano.[1]
[1] Uso el término “las personas con discapacidad” con pudor ya que estoy consciente de que las formas de vivir una discapacidad son tan diversas como los que la tienen. Sin embargo, el hecho de conocer a personas como Lorena, Sara y Oriol durante el coloquio me permite la licencia de hacer generalizaciones, ya que ellos también gozan de una deliciosa perspectiva crítica en torno a su discapacidad. También lamento no recordar todos los nombres de aquellos que estuvieron presentes en la mesa de trabajo lúcidamente organizada por Beatriz Miranda. Tales puntos de encuentro entre disciplinas aparentemente desconectadas describen, a mi parecer, el modus operandi y razón de ser de tales coloquios.