De disrupción, dispositivo, discapacidad y disidencia

Las palabras consultoría y management críticos —dos de los temas centrales de nuestro XVI Coloquio, Universitarios, emprendedores, consultores críticos todos:…— nos remiten a ideas relacionadas con la empresa y al mercado. Este texto de María Vázquez nos demuestra que su aplicación es mucho más extensa y llama nuestra atención sobre su doble dirección: externa e interna. Así, emprender críticamente no sólo es una posibilidad/acción que modifica nuestro entorno, sino a nosotros mismos al convertirnos en sujetos emprendedores gracias al acto concreto de involucrarnos para modificar, de percibir sensiblemente y actuar, de transformar críticamente una obra o nuestra propia vida.

Por María Vázquez Valdez

Hay un momento en que el ser humano, de frente hacia la nada de sí mismo —de frente hacia el espejo que es el mundo— y en el silencio de todo referente, logra engendrar una flama que se promete hoguera, una palabra que se desteje idea, una visión que se convierte en libro, sinfonía, dispositivo, instituto o revolución. Ese momento,  abstraído  de  todo  tiempo  o  espacio,  brota  con  dos  ingredientes que fertilizan la tierra de la voluntad humana: por un lado el impulso de emprender, y por otro el esclarecimiento del discernir.

Esta posibilidad latente —configuración inserta en el entramado de lo potencial— es uno de los hilos que se tejieron en el XVI Coloquio de 17,  Instituto  de  Estudios Críticos, que se llevó a cabo en el amanecer invernal de 2014.

Los dos días de coloquio interno en la Casa Refugio Citlaltépetl pusieron en perspectiva esa médula conceptualizada como emprendimiento crítico, por medio de los proyectos desarrollados por los alumnos de 17,. Ya en el inicio de esos trabajos, Benjamín Mayer pronunció las palabras que vinculan a ese tema con los motivos inherentes a quienes nos adentramos en esos umbrales: al imbuirse en esa bisagra de producción‐creación, de lo que se trata es de “buscar los significantes que hacen falta, los que nos resultan más sensibles” —los significantes propios. El punto aquí es “encarnar  manifestaciones  discursivas o  actos  concretos que  se  puedan  sostener: fundar los propios proyectos (…) Asumirse como emprendedor crítico”.

Estamos en el entendido de que no se trata de escribir una tesis, “porque esto no es universidad, tampoco son estudiantes, y tampoco son cursos”. De lo que se trata es de asumir el emprender como “hacer un trabajo hacia adentro. De recogimiento. De contracción muy radical. Tanto que a veces uno teme perderse. Afilar los cuchillos para cortar bien (…). Encarnar. Alumbrar y poner en el mundo. Así pasan cosas extraordinarias de una potencia enorme”. Hablamos del orden del milagro, de lograr un acontecimiento que “transforma al estudiante. Lo pone en otro sitio”.

“Tómenselo en serio”, aconseja Mayer en esta introducción al coloquio, y esta invitación —a propios y extraños— se ve reforzada durante el resto de la semana en el Centro Cultural España, que a decir de Ana Tomé, su directora, “es una carretera de flujo de propuestas, caldo de cultivo para que las áreas de creación no queden en conocimiento estanco”.

Éste es, pues, el sitio para la puesta en escena de una serie de emprendimientos críticos llevados a la práctica, ensayo y error que, en algunos casos, logra generar no sólo obras, sino vidas formidables construidas con base en ese emprender, evolucionado más allá del producir, hasta terrenos en los cuales resplandece la fragancia poética del crear.

Ariel Guzik: “Música del corazón”

Empecemos por el final; por lo cual podríamos poner un subtítulo a esta cabecita intermedia: “De cuando el colofón es el plato fuerte”. Así pues, empecemos por el último día del coloquio, y por la larga exposición que condensa, desde muchas perspectivas, lo que aquí nos ocupa.

Y empecemos por lo más importante del final: la presencia de Ariel Guzik en el Centro Cultural España es mágica. Para empezar se da en una atmósfera distinta a todas las demás: un aire permeado por el copal, del cual brotan formas extrañas en el humo, que pareciera materializarse en dispositivos y artefactos que tienen el toque de lo orgánico, y que se hicieran presentes durante todos los días que el coloquio se llevó a cabo en el CCE.

Tenemos que en este final Benjamín Mayer nos anuncia el Doctorado Honoris Causa que será otorgado a Guzik por parte de 17,. Reconocimiento merecido a una presencia emblemática en México, y que encarna sin discusión la figura de un emprendedor incansable: el Guzik que durante décadas ha creado innumerables artefactos que indagan en los misterios del calor, el magnetismo, la gravedad; el buscador que ha incidido en desmenuzar la sutileza como elemento y el vínculo de la poesía y el arte con la ciencia; el músico que ha dejado huellas tocando sus instrumentos en contextos de interesantes alturas  poéticas; el inventor que ha  concebido y desarrollado artefactos para llevar a cabo conciertos de plantas para plantas; el científico que se ha adentrado en el Mar de Cortés para escuchar a los seres más portentosos del planeta, dialogando con ellos por medio de máquinas de otros siglos y que él mismo ha concebido —no sabemos si referirnos a siglos anteriores o posteriores, pero sin duda no parecen ser dispositivos propios de esta segunda década del siglo XXI; el médico herbolario e iridólogo que dialoga con las numerosas plantas que habitan en su laboratorio, gracias a un conocimiento desarrollado durante muchos años para curar organismos, a los cuales diagnostica con precisión con solamente observar el iris; el autor de interesantes proyectos resueltos en discos  compactos  con videos, grabaciones, dibujos de su propia mano, invenciones de numerosas máquinas, así como libros únicos en su especie que se adentran, por ejemplo, en la explicación minuciosa y científica de la iridología.

Durante las intervenciones públicas de los asistentes, Leonidas Donskis —filósofo y politólogo lituano que abriera con su exposición las conversaciones en el CCE durante este coloquio—, opina que la obra de Guzik surge a partir de una curiosidad infantil, de una nostalgia por el espíritu renacentista, de la unión de lo científico con la magia, el arte y la ciencia, y del ímpetu por recuperar, en la modernidad, la unidad perdida entre la poesía, la ciencia, la filosofía y el arte. Parece que Donskis lo ha percibido bastante bien en estas pocas horas de exposición. Para quienes han tenido la fortuna de escuchar a Guzik durante lustros, de leer sus libros, meditar en sus dispositivos, y ser curados a partir de sus acertados diagnósticos, sin duda lo que dice Donskis es inobjetable, sobre todo en cuanto a dos cosas se refiere: el espíritu renacentista —más que referirnos a la época del Renacimiento podríamos aludir al prístino espíritu del renacer— y la curiosidad infantil que de pronto se trasluce con el trazo de una ballena en un pizarrón de la sala.

Hace muchos años, Carl Sagan, otro científico con un sabio espíritu infantil y un incansable amor por los cetáceos, escribió en un hermoso libro llamado Cosmos interesantes claves acerca de las ballenas. Algo de eso parece flotar en esta exposición, cuando Guzik dice que los cetáceos son seres altamente espirituales, altamente conscientes que miran por medio del sonido; su mente tiene que exteriorizar señales para ver por medio de oídos muy sofisticados, para percibir sonidos a manera de mandalas. Justamente Sagan nos revelaría que un canto de ballena puede ser mucho más complejo que La Ilíada o La Odisea, y que los cetáceos son capaces de retomar, mucho tiempo después, un canto en el mismo punto en el cual lo detuvieron.

Y sí, lo son: los seres más grandes, los más formidables de la Tierra; su sabiduría insondable es obvia con  sólo  una  mirada;  su  inteligencia es indudable con  sólo percibir su comportamiento por unos instantes. Son capaces de cambiar la vida de un ser humano; así, sin más. Para acercarse a las ballenas, Guzik nos cuenta que construyó su Nave Nereida, una de sus invenciones, nave submarina en forma de cápsula de cristal de cuarzo puro, un experimento del contexto del campo blanco que trabaja con las emisiones de los cetáceos.

Y como parte de esta vertiente de sus proyectos, así como de sus muchas creaciones, Guzik nos refrenda su intención de diluir fronteras y de unificar para poder refrescar la suavidad, el encantamiento y la sinergia sutil entre diversas disciplinas; nos induce también a una reconsideración del cuerpo como un templo, a partir del trazo de paralelos físicos y emotivos, y nos narra sus experiencias personales con la humildad de quien se ha acercado al infinito: nos cuenta que una noche, cazando el canto de ballenas con su equipo y a bordo de lo que llama su “nave narcisa”, justo cuando pensaba que los cetáceos no se manifestarían, de pronto se vio rodeado por ellos: “Escuché la música de mi propio corazón”, nos dice con una voz entrecortada por la cual se trasluce, también para nosotros, esa misma música.

Ariel Guzik dibujando ballenas en el coloquio.

Donskis, Hall, Santamarina, et al: Sobre la época del Post

Y bueno, también es menester referirnos aquí a la disrupción y la disidencia, puntos neurálgicos en varias exposiciones durante el coloquio, y núcleos del coloquio mismo. Por una parte, Leonidas Donskis, a quien ya mencionamos, abrió su exposición con artillería pesada que ha tenido ocasión de afilar en sus más de treinta libros, algunos de ellos escritos en colaboración con Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco célebre por acuñar el término “modernidad líquida”.

Donskis se refiere sin cortapisas a la muerte de la vida privada, y nos dice que vivimos en un mundo en el que “la lealtad se torna hacia el Estado, no hacia la familia”. En estos contextos la universidad padece severas amputaciones en el área de las humanidades, pues muchas de sus disciplinas, como la literatura y la filosofía, son percibidas como enfermedades. Así pues, “no hay lugar para las universidades”. Tal cual.

Las palabras de Donskis nos trazan una época postmoderna en la cual se nos materializa la distopía; una distopía que podemos verbalizar como una sociedad más indeseable que ficticia. Distopía como antónimo de utopía, o bien “utopía negativa”. Contextos de democracias deficientes en los cuales las universidades sufren una situación ambivalente, parte de un sistema que promueve que se haga todo y se especialice en nada,  concatenado además a redes sociales que promueven la alienación y la separación, y alejan a las universidades de lo que deberían ser: laboratorios de cambio y sensibilidad.

Inmediatamente después de Donskis, Gary Hall, especialista del Reino Unido, centra su participación también en la Universidad del Siglo XXI, y nos adentra por medio de una presentación multimedia en su dinámico sitio web —disruptivemedia.org.uk—, que en el nombre lleva la conciencia y el sello de la disrupción. Nos propone abiertamente “imaginar rutas alternativas basadas en el arte”, a partir de la disrupción como medio para una  nueva  forma  de  crítica,  y  nos  induce  el  concepto  del  posthumano, que teóricos como Francis Fukuyama han desarrollado para referirse no sólo al sujeto sino también al adjetivo de cuestiones como el futuro.

Desde otro sitio —la consultoría crítica—, pero también con puntería, la española Cristina Santamarina desarrolla las realidades y tendencias de los mercados y su control a partir de los imaginarios de los deseos. Nos dice que “las necesidades las tienen las empresas, no los consumidores”, y que “una consultoría crítica debe organizar la demanda. Los procesos de distribución, producción y consumo son inseparables”, en un contexto de redefinición de fuerzas productivas y “pérdida de valía de identidades nacionales” influida por las trasnacionales. Nos dice, con un sentido crítico de su participación, que es menester regularizar las grandes desigualdades, y que “el mercado es una institución hegemónica”, en sociedades en las cuales “nuestras instituciones son mitos”, y “la democracia siempre es un ad-venire: Siempre está por venir. La construcción de la ciudadanía es algo pendiente”, pues los sujetos están “sujetados a realidades particulares, a diferentes órdenes simbólicos”. Existe la “conciencia de que algo nos falta, y se alivia con la participación”.

Exposiciones que en cierta medida también coinciden con lo que desarrollan otros participantes como Alejandro Jiménez de la Cuesta —la reinstitución como posibilidad de crear cosas diferentes, alternas al sistema—; Marta Ferreyra —la economía del bien común y el beneficio colectivo—; y Claudia Salazar —la “empresarialización” de las organizaciones sociales.

Mayer y Miranda: la discapacidad

En el fondo, la discapacidad es una cuestión de conciencia, podría ser la moraleja de este tema en concreto, aunque hay muchas cuestiones que se devanan luego de estas exposiciones. Primero Benjamín Mayer lanza en la gran pantalla del auditorio del CCE una serie de fórmulas que bien pueden remitir a clases complejas de Cálculo Integral —recuerdos recónditos instalados en algún sitio—, y que nos condensan conceptos como “desconstrucción subjetivante” o “desconstrucción instituyente” que, por ejemplo, “es la que se ha puesto en práctica en el Instituto”.

Porque seguimos hablando/escuchando acerca del management crítico, de hecho no hemos dejado de hacerlo durante todo el coloquio, y en la exposición de Mayer esta cuestión queda sobre la mesa/pantalla al aludir a las distintas formas de lazo social que existen, las posibilidades de organizarnos de otra manera, y acciones que han llevado a la práctica emprendimientos de este tipo, como la fundación misma de 17,.

En la exposición de Mayer este tema se encuentra eslabonado con la discapacidad por medio de la figura del fotógrafo ciego que “interpela”. De hecho, nos dice, “no hay fotógrafo si no es ciego”, y toda discapacidad tiene justamente la “capacidad de interpelación” que, entre otras cosas, es capaz de “transformar a la universidad”. Configuraciones del lazo social que “implican un sobrante. Un nivel de desorden. En el psicoanálisis la voz cantante es lo residual. En el arte es el sujeto. En la ciencia es el saber. En la religión es la política”. Y nos suelta “una pregunta pavorosa: ¿cuántos tipos de lazo social podrían operarse?”. “¿Podemos organizarnos de otra manera?”

Algunas fórmulas de Benjamín Mayer durante el coloquio.

En la penúltima exposición del coloquio, Beatriz Miranda retoma el tema con todo, y le da sentido en los contextos del coloquio con una afirmación contundente: “La discapacidad es un emprendimiento crítico por naturaleza”. Desde su óptica fundada en la antropología médica, Miranda nos remite a figuras como Margaret Mead, Irving Zola y Steve Taylor, a estudios sobre la lepra, derechos de los discapacitados, y a una cuestión estremecedora por su claridad: la asociación de la discapacidad con el apartheid por parte de un teórico que enfrentara en carne propia —ya entrado en años—, la irrupción de una discapacidad.

Hay quienes nacieron con una discapacidad, por supuesto, pero un buen número de discapacitados adquirieron ese estado por alguna circunstancia de la vida: un accidente, una enfermedad, un giro inesperado del destino, como en el caso descrito antes, estremecedor entre otras cosas porque asociar la discapacidad con el apartheid es referirse, así sea tácitamente, a la discriminación, que suele ser factor fijo en estas ecuaciones.

Así pues, “la discapacidad irrumpe y en ese irrumpir muestra a la sociedad”, nos dice Miranda, y agrega que la discapacidad es un “llamado a mirar” —retomemos aquí la cuestión de la ceguera, en este caso ceguera social—; por eso, quizá, la discapacidad es una cuestión de conciencia, porque en ese “mirar” se encuentra una cuestión tan aciaga como soslayada: todos somos discapacitados en potencia.

Post vs. Dis

Querámoslo o no, vivimos en el mundo del post: ciudadanos de la pos(t)modernidad, enfrentamos la llegada de la postuniversidad; se nos concibe como el nuevo posthumano, y pareciera que estamos en las postrimerías de una humanidad con insalvables retos. En estos muros que parecieran inextricables, sin embargo, se abren fisuras horadadas por el tema central que aquí nos ocupa —el emprendimiento crítico—; aberturas sensibles a los taladros y los estiletes de la disrupción, los dispositivos, la disidencia y (la capacidad de) la discapacidad.

Así pues, tras este coloquio de 17, Instituto de Estudios Críticos se quedan resonando elementos y herramientas que podrían propiciar que ocurra ese momento en el que, de frente hacia el espejo que es el mundo, y en el silencio de todo referente, se logre engendrar una flama, una palabra, una visión: posibilidad latente sobre la tierra de la voluntad humana.