por Tina Zerega
Afuera hay un sol
No es más que un sol
Pero los hombres lo miran y después cantan
Alejandra Pizarnik
No presto atención al final del mundo.
Ha terminado para mí tantas veces
Y ha empezado nuevamente en la mañana
Nayyirah Waheed
Me extingo, luego pienso, fue el título del diálogo. En realidad, nunca había pensado en la extinción de la especie. De la especie humana como tal. En la personal he pensado todo el tiempo. Y si había pensado en la extinción de la especie, no había pensado que iba a empezar tan pronto.
Pienso que estábamos conscientes de que el capitalismo está en un punto de no retorno. La ciencia ficción ha planteado siempre el fin del mundo, pero no el fin del capitalismo. Es solo un sol, pero los hombres lo miran y después cantan. Luego pienso en que se dijo que estamos en una técnica fáustica, en una tercera revolución industrial. Sin embargo, creo que no había pensado que, gracias a esta versión del capitalismo, estábamos en un punto de no retorno ambiental. Que hemos acabado con la mitad de la fauna, que en poco menos de dos décadas la temperatura subirá entre 4 y 8 grados. Que solo hemos sido capaces de reciclar el 1 por ciento del plástico. Pienso cómo nos hemos convertido en ‒como indicaban‒, “homicidas de nuestro propio futuro”. Pienso en cómo llegamos a esta versión del capitalismo acumulativo. Luego pienso en mí, si tengo más ropa de la que debería, más objetos de los que necesito, si desecho más plástico del que debería. Luego pienso en lo que se dijo: que en realidad son unos pocos países, líderes y corporaciones que tienen en sus manos una porción considerable de culpa, y son también los pocos que tendrán los recursos para migrar, para no hundirse, para sobrevivir a las sequías, para no enterrarse en basura, para proteger su cuerpo de los químicos del agua, del aire, de la tierra. Para que no se los lleve el agua. Luego pienso que, aunque tienen una porción grande de la culpa, no me siento menos culpable. Me extingo, luego pienso, cómo nos vamos a convertir en fósiles, por el uso de fósiles. Me extingo, luego pienso si, como se dijo, nuestra parálisis, nuestra falta de acción, es porque estamos ante la idea de extinción por primera vez, si es porque no tenemos memoria histórica de una catástrofe como ésta. Si necesitamos de un Holocausto, de un Hiroshima, de un Chernobyl, de los gulags, para pensar en el desastre. Si podremos contar, a diferencia de los desastres nombrados, la historia de este desastre. Y aprender de ella. O si vamos a exclamar sorpresivamente, como en los juicios de Nuremberg: ¿qué hice yo? Y, sobre todo, si sobreviviremos para poder construir una historia diferente. Una que no vuelva a tener un gran sol capitalista y que no lo miremos y cantemos.
Me extingo, luego pienso en los efectos de este capitalismo voraz. Si estamos conscientes de que está produciendo formas concretas de subjetividad en las que los productos controlan nuestras vidas, en las que el capitalismo, como se dijo, “mientras arruina al sujeto le propone gozar a crédito”; si es que estamos conscientes de que la cuenta ambiental nos llegará a todos en menos de 20 años. Si podremos pensar el capitalismo como “una caja negra”, pero asumiendo que es difícil pensarse por fuera de él o, en todo caso, por fuera de su versión salvaje. Si podremos decir que no a ciertos objetos, si es utópico decirles no a todos los objetos pero sí a ciertos objetos, pero sí a muchos objetos. Si podré decir que no. Luego pienso en la necesidad de configurar una definición, otra, de nosotros, una que considere otras especies. Si podremos considerar que la destrucción del otro es nuestra propia destrucción.
Pienso, luego actúo. Los testimonios de devastación ambiental resultaron devastadores. Alpuyeca, Ciudad de México, El Salto, Puebla, Veracruz. Pienso cómo estará la situación en nuestro país, donde casi no se habla del tema. Pienso en el daño de los parques eólicos, en los riñones perdidos gracias al agua contaminada, en qué significa perderlo todo gracias al agua, en qué significa ser un damnificado, en los procesos de valorización de basura que desvalorizan a la gente. Pienso en si tenemos los mecanismos jurídicos para hacer frente al sistema. Pienso en la criminalización de la protesta. Pienso en las luchas de diez, quince años, pienso en los que después, en los corredores, afirmaban que la lucha parecía inútil, pero que “no hay que no darla”. Pienso en que ya, ahora, unos no viven, sino solo sobreviven en esos entornos.
Pienso si pensar es actuar. Si podremos empezar a pensar en la contaminación como un hiperobjeto, como un desafío epistémico, como se planteó. Si podremos desarrollar conceptos menos antropocéntricos. Conceptos que amplíen el nosotros. Si podremos desarrollar herramientas simbólicas de pensamiento en acto que permitan revisar críticamente el vocabulario que utilizamos para referirnos al problema. Ser conscientes de que al hablar de “cambio climático”, la expresión ubica la responsabilidad en la naturaleza, que hablar de “caos climático” coloca la responsabilidad en nosotros. Que hablar de sustentabilidad, de responsabilidad social corporativa, son solo paliativos al problema. Que ciertos conceptos que utilizamos están reforzando el statu quo.
Pienso en la necesidad de la interdisciplinariedad para pensar este mega objeto, pensar en las ciencias sociales, en las humanas, en la filosofía. En la necesidad del giro ambiental en las humanidades. En la necesidad que tiene el activismo de conceptos críticos, que tal vez no inmovilicen, sino que permitan avanzar y replantear su labor. En la necesidad de comunicar los casos, de divulgarlos desde el periodismo, desde la comunicación. Pienso en el arte, en la frase “lo que nos va a hacer cambiar de opinión está más del lado del arte que de la academia”. Si el arte de la devastación, el arte que la documenta o que nos presenta a los humanos como restos arqueológicos, como archivo, nos va a permitir reaccionar.
Luego pienso, con cierta angustia, que la técnica va más rápido que nuestros conceptos. Que imprimimos carnes y órganos, que instalamos dispositivos en cuerpos y animales, que alteramos genéticamente los alimentos y los patentamos, pero que los conceptos van detrás en esa carrera de “desarrollo”, de “autodestrucción” que hemos emprendido. Pienso, con cierta angustia, si podremos cambiar esta versión progresista de la historia, la que ha alimentado esta relación fáustica con la naturaleza.
Me extingo, luego pienso si se puede-debe huir de la devastación, si se puede-debe confrontarla. Pienso en el ahora. En la necesidad de un nihilismo ético. Me extingo, luego pienso cómo hacer para que el mundo no termine esta noche, en cómo levantarme con la voluntad de cambiarlo, para que empiece –tal vez no para mí, pero sí siga para otros– en la mañana. Pienso, parafraseando la canción, si no solo hay que saber llegar, sino saberse ir, saberse extinguir.