Nuestros coloquios semestrales se dividen en dos ámbitos: uno privado, en el que los estudiantes presentan sus avances de investigación, y otro más en el que ciertas reflexiones que nos parecen apremiantes se abren al público. En estas líneas, la autora recorre nuestro XVIII Coloquio Internacional, Las tres eras de la imagen como quien se pasea por un museo singular en el que existen una sala refugio y una sala biblioteca. En ellas la autora distingue los dos ámbitos del evento y descubre el camino que quisiera transitar para no sólo “hacer”, sino para poner en juego el propio “ser”.
Por Maricruz Zamora
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
Augusto Monterroso
Imagino imágenes resguardadas en un museo dividido en dos exposiciones: la sala “refugio” con nombre náhuatl que es monte y es estrella y la sala “biblioteca” que resguarda epistemes y saberes.
En el museo 17 se pintan y esculpen personas y pensares que debaten, reflexionan, disienten, acuerdan, al tiempo que Brea convocado, presente en su ausencia, se deshace y reconstruye en cada idea, en cada imagen. Se trata de un museo inter-activo y performático que nos sumerge en el mundo de los estudios visuales mientras paseamos por una instalación afectivo-retrospectiva de Mieke Bal. Un museo en el que todo y todos cabemos, cada uno con su memoria, percepciones, subjetividad y lenguaje. Infinitas y diversas “otredades” que son materia prima para el debate y la construcción del pensamiento crítico, interdisciplinario, transdisciplinario y por qué no, indisciplinario —provocadora catapulta—, al que convoca Benjamín Mayer.
En la sala “refugio” los artistas bocetan y construyen sus drones voladores. No son drones robotizados. Más bien parecen papalotes inalámbricos cargados de singularísimos sueños y proyectos crítico-sociales que pretenden tejerse con rigor y solidez. En mi afán por aprehender —con h— este universo entero, intento caligrafiar hasta el más mínimo detalle. Agoto la tinta de dos plumas. Una amiga entrañable me susurra: si cada instante lo transcribes, ¿en qué momento te das tiempo para pensar? Entonces me esfuerzo por romper con la inercia de la prisa. Quizá por su intención de análisis, en este museo-coloquio el tiempo es más pausado, en ocasiones parece detenerse como el “tiempo material” de Keith Moxey. Aprovecho el receso para regresar en el tiempo. Unas horas antes de la apertura del museo, me recuerdo en lectura previa del libro de José Luis Brea, mientras exploro en simultáneo la máquina de escribir y revivo esa dualidad de emociones encontradas que se experimentan al inicio de los ciclos escolares o de los proyectos de vida. Y retorno al efímero presente del coloquio, que hoy es ya pasado.
Coloquio —define el diccionario de la lengua— del latín colloquium, conversar, es una reunión en que se convoca a un número limitado de personas para que debatan un problema, sin que necesariamente haya que recaer acuerdo. Pero este coloquio nos demanda un testimonio que no es reseña ni resumen. Es dar fe de lo vivido en él, transformado en experiencia. Compromiso que me lleva a narrar en tres imágenes de la mano de José Luis.
I. Imagen-materia
La sala “biblioteca” nos da la bienvenida. Ahí, un gran cuadro-mural, inseparable de la pared que lo contiene, despliega infinidad de conos escópicos que nos llevan a penetrarlo y mantenernos hipnotizados por su bastedad. Es como afirma Brea, imagen nemónica de valor incalculable de escenas y miradas diversas, que nos regresan a un tiempo pasado, al coloquio que fue.
Acá, Brea se fusiona en un abrazo teórico con Benjamín, Miguel Ángel, Sergio, Jaua y Riquelme; abrazo que se extiende y abarca a los presentes y, con nosotros, a nuestros ausentes inseparables. En otro acá, un grupo de ponentes invitados descubre y describe México en imágenes, que por sí solas, merecen testimonio aparte.
De la zona más luminosa del mural, emerge Evgen Bavcar para recordarnos que “tocar” significa “ver de cerca”; para rebelarse a la ceguera como una forma de soledad y reclamar el derecho de los ciegos a vivir la experiencia cinematográfica, a soñar la invención del “cine touch”, sueño que Mara Mills intuye no imposible.
Más allá, Jean-Luc Nancy convoca a Hölderlin para envolvernos juntos en su cadencia divina y demostrarnos que la danza es el espacio donde podemos volvernos polvo o contacto con el otro, porque el cosmos mismo es modelo de la primera danza. En ese universo, Tom Mitchel intenta condensarlo todo en el cubo infinito de cristal que su Gabriel imaginó.
II. Imagen-técnica
En una película surrealista, los artistas de la sala “refugio” dan forma a sus drones auxiliados por la reflexión crítica y solidaria de sus compañeros. Es un filme, imagen-movimiento que, como apunta Brea, da cuenta del paso del tiempo, del transcurrir y discurrir que es metáfora de la esencia de los proyectos 17, Instituto de Estudios Críticos.
Las escenas se suceden en una polifonía temática y visual. Hermes intenta modelar un Freud por Freud que se confronte con la literatura uruguaya; David crea y recrea una sociedad de “zombies deambulantes” en espera de ser rescatados por su prójimo, en tanto Laura Evelia quiere sacar a la democracia del ámbito político para redimensionarla. Carlos Eduardo se detiene en la contemplación mito-ontológica “sin propósito específico”, al tiempo que Ana Berenice nos comparte su pasión zapatista y Anel nos convoca a contemplar desde originales ángulos la imagen-materia de la Divina Pastora.
Con un reenfoque del “anarquismo mediático”, Mauricio diseña un quehacer editorial alejado del lucro. Desde la mirada del duelo, Héctor sueña traducir la antología de Simmen, su mentor, aunque quizá en el camino, encuentre su propio cuento nunca escrito. En otra escena me descubro en el espejo, hacedora de esta historia-testimonio, tomando nota de aciertos y tropiezos, para trazar mi propio vuelo. Carlos de Colombia nos confronta al plantear perversión y goce en el tráfico de personas con fines de explotación sexual. En contrapunto Guadalupe, de la mano de Derridá, sueña enseñar literatura que apasione con sus “voces en la isla”, mientras Mauro hace una defensa férrea de la oralidad y Sergio abraza a la vejez para entender su olvido.
María da paso a la palabra para que abra y obre, para que acontezca y permita que, desde la cruda realidad de Ruanda, Bela nos comparta su talento visual y escritural; en tanto Diego apasionado encuentra respuesta al comportamiento del mercado global en un texto del siglo XVII. En el colofón del filme, Guillermo planta la semilla; nos reta a nadar en las primeras 32 albercas de pensamiento que imaginó Benjamín, para formar parte del mundo plural de 17, Instituto de Estudios Críticos, y en la escena final de mi imagen-movimiento, Pepe Hamra nos brinda su portaviandas exiliante y yo no logro contener el llanto.
III. E-imagen
Imágenes que van y vienen, se enciman y entrecruzan; se apropian del tiempo-espacio fugaz en que transitan para perderse en la nada. Existen acaso, como memoria RAM, instantáneas de lo vivido que quizá se recordarán como estrellas fugaces en una noche memorable, como parte de ese infinito en que suceden. Se proyectan aquí tan solo algunas:
- Como imagen de mesurada calidez, surge Etel para darnos ejemplo de reflexión con hondura crítica expresada desde las buenas formas.
- Un video proyector que se declara en huelga y nos paraliza para demostrar que somos presa de esa tecnología que la E-imagen conoce tan bien porque es parte de su esencia.
- Una ventana de chat que atrevida escapa de la conversación privada para mostrarse en la pantalla. En ella, María Virgina Jaua cruza dedos con Raquel para que el “enlace” funcione. Y funciona, no tan bien, pero funciona.
- Una reacción de enojo colectivo, tal vez exagerada, ante un error humano y nuestra incapacidad para comprendernos imperfectos.
- Ana Cecilia lanza una comparación provocativa: 17 es el “Woodstock” o el “Lollapalooza” del conocimiento.
- Yonathan se erige como líder de lo que él llama la “manada crítica” y se impone la tarea de velar por el alimento del cuerpo.
- Una participante (yo) ansiosa, pues el coloquio se agota y aún no he preguntado, no por falta de interés sino en abono al tiempo. Soy, por ahora y tal vez hasta que el museo cierre, tan sólo una esponja que pretende absorberlo todo.
Una última lluvia de imágenes proyectan mis reflexiones: si Brea pudiera responderme, preguntaría: ¿Qué pasa cuando a las tres eras agregamos la riqueza escópica de los innumerables espectadores?; ¿es igual una imagen-materia contemplada en presencia viva que la imagen de su imagen vista a través de una fotografía o filmada para integrarla en una imagen-técnica?; ¿y si, además, esta segunda imagen de la imagen la incluimos en un hipertexto y dejamos que vuele en el cosmos de la E-imagen?; ¿qué sucede si modificamos el discurso sonoro, para potenciar la riqueza subjetiva de la imagen? Tal vez Brea no pueda responderme de viva voz, pues toda teoría y trabajo autoral es finito, como la vida misma. Toca ahora a nosotros continuar la tarea crítica y seguir buscando las respuestas.
Receso museístico. Mientras degusto a escondidas una mandarina y me pregunto cómo decide la naturaleza, qué gajos contendrán semilla y cuáles no, soy partícipe silenciosa del diálogo entre Vero y Hermes sobre su pertinente pregunta en torno a la influencia de “lo mexicano” en la estetización de la muerte. Alguien más se suma a la charla. Es justo esta galaxia conversante, divergente y reflexiva la que hace de 17, Instituto de Estudios Críticos el espacio en el que quiero estar y el camino por el que deseo transitar, para no sólo “hacer”, sino poner en juego el propio “ser”.
Aspiro entonces a crear mi “papalote inalámbrico”, que con vocación y entrega se niegue a quedar en la categoría de “fallido”; que supere la de “digno” para convertirse un día, dentro de algunos años, en un proyecto “acontecimental”, singularísimo, argumentado, documentado y reflejo del descubrimiento de mi propio estilo escritural y de pensamiento.
Y al final del recorrido museístico, al ritmo de Jean-Luc, Mieke, Brea y todos los ponentes, fuimos testigos vivenciales de una enriquecedora danza de imágenes para decir, como Zaratustra, “no podré creer sino en un Dios que sepa bailar”, pero un Dios-universo cósmico, energía y movimiento, que sepa bailar con y para nosotros invitándonos a pensar 17.