La emoción de montar la ola

Por Daniela Silvestrin

 

                     

El bombardeo constante de noticias, mensajes, imágenes y estímulos, ha dado lugar a profundos cambios en la forma en que procesamos la información, en cómo nos percibimos, cómo interactuamos con el mundo y creamos las condiciones sociopolíticas y ecológicas. Desde 2009, el promedio de la atención, la cantidad de tiempo que podemos concentrarnos en una tarea sin distraernos, ha disminuido de 12 a 8 segundos —se cree que un pez dorado tiene una capacidad de atención de 9 segundos . Mientras que el conocimiento del impacto social y psicológico crece y los efectos se hacen más evidentes, el número de estudios y proyectos de investigación aumenta también, sobre todo aquellos centrados en adolescentes, adultos jóvenes y sus hábitos, que tienen resultados o están vinculados con el uso permanente de teléfonos inteligentes. Uno de estos proyectos tomó como punto de partida lo que hace tan sólo unos años se definió como la «fobia de la edad moderna introducida en nuestras vidas como un subproducto de la interacción entre las personas, la información móvil y las tecnologías de la comunicación»: nomofobia, la abreviatura de la fobia a no tener el teléfono móvil ( no-móvil-fobia ) .

       

Cuestiones como la vigilancia masiva y las violaciones a la privacidad a través del abuso y la intervención de los datos y la información a la que se accede a través de nuestros teléfonos móviles, así como la accesibilidad y el constante bombardeo de las personas con «noticias» a través de diversos canales de comunicación, son un aspecto fundamental que no puede ser ignorado al pensar en las implicaciones de estar «en línea» constantemente. Más allá de esto, los problemas ecológicos creados por la excesiva explotación de los minerales y el apilamiento de montañas de desechos electrónicos, son una consecuencia directa de nuestras actitudes e ideas relacionadas con la importancia que concedemos a nuestros dispositivos.

El Antropoceno puede ser distinguido como una época geológica porque los restos químicos y biológicos dejados por los humanos en el sedimento superficial en el que vivimos dejarán una señal detectable en futuros registros fósiles durante muchos miles de años a partir de ahora.

Las tecnologías inalámbricas cuantifican, optimizan, comparan, miden y controlan de forma continua lo que hacemos y qué tan rápido, bien, a menudo y por cuánto tiempo, así como cuánto hacemos o cuánto consumimos de algo; esto permite que seamos capaces de comunicarnos todo el tiempo y mostrar lo que hacemos, comemos, vemos, o pensamos, sobre todo a través de los teléfonos inteligentes como nuestros compañeros constantes, que se han convertido en una parte integral de nuestras vidas y de la forma de entender e interactuar con el mundo. Ellos están dando forma a nuestros sueños y deseos, y se han convertido en una herramienta esencial para la definición de nuestra identidad.

Nuestro planeta está insertado en un océano de ondas, algunas de ellas de radio y de microondas. Desde que descubrimos y comenzamos a utilizar esta forma de energía para nuestros propósitos en la segunda mitad del siglo XIX, la densidad de la radiación artificial en la Tierra es 1018 veces mayor de aquella que nos rodearía de forma natural .

        

Éste es exactamente el desafío que aún tiene que ser aceptado: empezar a discutir y analizar el electromagnetismo como un fenómeno vivido de arraigo, incluyendo y combinando todas las capas y esferas con las que se relacionan y que lo constituyen. La radiación electromagnética cubre y baña a todo el planeta con su ondulación subliminal: es millones de miles de millones de veces más densa y más presente que hace sólo 200 años. No puede ser vista, ni empíricamente observada, pero está ahí, y es real. Es lo que Timothy Morton llama un hyperobject ( hiperobjeto). Según Morton, los hiperobjetos son «cosas que no se pueden ver o tocar, pero son reales, y que tienen un efecto en nuestro mundo . . . Parecen estar distribuidos de forma masiva en el tiempo y en el espacio de una manera peculiar » y «nos obligan a una intimidad con nuestra muerte ( porque son tóxicos), con los demás ( porque todo el mundo se ve afectado por ellos), y con nuestro futuro (  ya que se distribuyen de forma masiva en el tiempo)».

Los anteriores son fragmentos del texto “La emoción de montar la ola” de Daniela Silvestrin, que forman parte del libro Limen, de Mario de Vega, Víctor Mazón Gardoqui y Daniela Silvestrin. Limen compila colaboraciones que analizan la proliferación de señales electromagnéticas producidas por dispositivos de telecomunicaciones inalámbricas y otras tecnologías basadas en microondas, para discutir su impacto en el desarrollo cognitivo, la genética y la salud de los sistemas vivos, así como sus implicaciones en la interacción social y el intercambio emocional. Léelo en línea o descarga el pdf del libro aquí.