por Rodrigo Ponce
Después de la experiencia vivida en el XXIII Coloquio Internacional “Me extingo, luego pienso”, me siguen faltando elementos para terminar de nombrar eso que se ha denominado cambio climático. Parece ser que ya no es suficiente pensar en un cambio como algo que se puede componer o arreglar, regresar a su estado anterior.
No cabe duda de que el cambio ya se dio y lo que estamos viviendo en estos momentos es algo incapaz de ser nombrado por completo. Eso que amenaza la propia existencia. Eso que se extiende velozmente e impacta no solo en el medio ambiente, no solo en el clima, no solo en la vida de unos cuantos, sino que también impacta en la forma en la que se construyen narrativas al respecto. Eso que se ha vuelto un caos produce y se reproduce en la misma experiencia.
Parece ser que cuando eso no nos impacta directamente podemos nombrarlo de una mejor manera. Sin embargo, cuando eso nos impacta de manera directa, las palabras faltan. Eso se vuelve una narrativa con espacios en blanco, con huecos por cubrir.
Cuando eso atraviesa la experiencia misma nos volvemos un nosotros intentando identificar un ellos. Cuando eso trastoca y pone en riesgo nuestros propios privilegios dentro del sistema en el que vivimos surge un ellos que no terminamos por identificar. Un ellos que pueden ser los culpables o un ellos como los afectados.
El juego que surge entre nosotros-ellos-eso no es algo fijo, no es algo inamovible. Se va nombrando y narrando en medida en que se ocupa una posición dentro del caos. Dudo que haya alguien completamente ajeno a este juego. Eso amenaza nuestra propia existencia, ya sea como un nosotros o como un ellos. No obstante, eso no surgió sólo, no sigue expandiéndose de manera autónoma. Eso ha sido el resultado de un nosotros viviendo lo prometido por la modernidad. Por la idea de una vida mejor. Por la permanencia de un sistema económico global que sí podemos nombrar: capitalismo. Pero ¿cómo nombrarnos fuera de este sistema capitalista? ¿Cómo construir nuevas narrativas que nos engloben de una mejor manera en un nosotros más diverso, más plural?
Hablando de narrativas, pensemos por un momento en las que se han creado alrededor de la figura del zombi, ya sea en las novelas o en la pantalla grande. Ese ser que no sabemos si se puede llamar ser, pero que amenaza nuestra existencia. Ese ser que se ha identificado como el enemigo. Esa figura que se ha convertido en un ser incapaz de controlar su hambre por la carne humana, por los cerebros. Que destruye todo a su paso. Que te contagia con una mordida. Ante el cual solo quedan dos opciones: huir o enfrentar, combatir, destruir. Al menos ésta ha sido una narrativa frecuentemente usada en la ficción para poder representar uno de los debates sobre la “escancia” del ser humano.
Por un lado, el ser humano en momento de caos apocalíptico es capaz de construir nuevos lazos con otros seres humanos para poder salir avante. Por otro lado, está la idea de que el ser humano, no importa la situación, luchará por su propia existencia. Sin embargo, la mayoría de las narrativas construidas alrededor de esta ficción olvidan algo elemental: ese zombi fue humano. El zombi es producto de la acción humana.
Ese zombi deja de ser humano, al menos en las ficciones producidas en las últimas fechas, como consecuencia de una infección, de un virus. Un virus producido por la misma ciencia al servicio del sistema global capitalista, por el mismo ser humano.
En este sentido, si la figura del zombi ha sido producto desde la misma acción humana, por qué lo pensamos como el enemigo y no como la víctima. Qué es lo que nos hace diferenciarlo tan claramente de un nosotros y nos dificulta ubicarlo en un ellos o en un eso. Rápidamente se vuelve algo que amenaza nuestra existencia. Sin embargo, nos toma tiempo asociarlo como el resultado de esta misma existencia: ¿qué implicaría considerarlo una víctima? ¿Qué implicaría dejarlo de pensar como el enemigo?
Este lugar desde el que nos enunciamos como un nosotros, desde el que enunciamos a un ellos es un lugar que está atravesado por múltiples elementos. El juego de los privilegios aparece. El género, la raza, la clase forman piezas claves para enunciar o enunciarnos. ¿Cuándo somos nosotros? ¿Cuándo son ellos? ¿Cuándo soy yo? Frente a ese caos, frente a eso… frente al caos climático.